La casi milenaria historia de la sauna. Las primeras saunas surgieron en Finlandia, alrededor del año 1100, como simples excavaciones en el terreno equipadas con una pila de rocas calientes (Ground sauna), pero los efectos benéficos del baño de vapor ya eran conocidos por los egipcios, los antiguos romanos y los pueblos de Oriente Medio. La sauna de humo (Savusaune), nacida a partir de la evolución de la Ground sauna y utilizada hasta comienzos del siglo XX, consistía en un horno rudimentario que producía exhalaciones con efectos antibacterianos. En el siglo XIX evoluciona el sistema de calentamiento de la sauna, gracias a la introducción de un cono de metal para alejar los humos, mientras que, a partir de los años 30, se patentan los primeros modelos de saunas eléctricas, difundidos en Europa y Estados Unidos en la inmediata posguerra. Conocida por sus propiedades depurativas, la sauna es muy apreciada por sus efectos benéficos en el equilibrio tanto físico como mental, ya que relaja la mente y el cuerpo y ayuda a dormir.
«La sauna ... Es la apoteosis de todas las experiencias: Purgatorio y Paraíso; tierra y fuego; fuego y agua; pecado y perdón.» [Constance Malleson]
La sauna es un baño de vapor seco. A diferencia del Hammam (baño de vapor húmedo), la sauna se caracteriza por un calor fuerte y seco, que hace evaporar la transpiración de la piel, por lo que la permanencia en ella debe estar limitada a 10 o 15 minutos cada vez. La sauna es muy útil para reducir la ansiedad y el estrés cotidianos, para la recuperación rápida de traumas musculares, gracias a los efectos descontracturantes musculares, y para reforzar el sistema inmunológico. Además, elimina las impurezas de la piel en profundidad, haciéndola lucir más luminosa. Al contrario de lo que se cree comúnmente, la sauna no adelgaza, ya que facilita la pérdida de líquidos y no de peso, pero contribuye a mejorar problemas estéticos como la celulitis. Es importante tener en cuenta que la sauna se debe usar con moderación y siempre después de un control médico, dadas las condiciones severas del ambiente que se crea en ella. Una pérdida brusca de grandes cantidades de líquidos y de sales minerales, causada por la sudoración excesiva dentro de la sauna, puede provocar una disminución del volumen de la sangre en circulación (shock hipovolémico). Por tanto, la sauna está contraindicada para personas que padezcan de hipotensión o hipertensión, que tengan problemas cardiacos o de circulación, fiebre y durante el ciclo menstrual o el embarazo.
A pesar de la aparente similitud, la Sauna y el Baño Turco son diferentes entre ellos, debido a una serie de elementos que hacen que se prefiera más uno con respecto al otro. Comencemos por el origen y la proveniencia de cada uno: el baño turco es un producto nacido en el sur del Mediterráneo, mientras que la sauna es finlandesa por excelencia. Otra diferencia importante está en el material utilizado para su realización: es mucho más común encontrar saunas de madera y baños turcos de piedra o mármol, debido a las temperaturas internas y la humedad desprendida por el calor.
En los dos casos es fácil encontrar asientos colocados a diferentes alturas, en base a la temperatura que se quiere alcanzar. En la sauna la temperatura en el primer nivel es de 50 °C, en el mediano de 75 °C, mientras que la temperatura del asiento colocado en el nivel más alto puede alcanzar incluso los 85 °C. Por su lado, en el baño turco la diferencia de temperatura es muy inferior y se pasa de los 20/25 °C de las zonas bajas a los 40-45 °C de las zonas altas.
Como la sauna es un ambiente seco y sin humedad, en su interior se coloca una estufa con piedras de lava que, al calentarse, contribuyen a irradiar el calor y, sobre todo, cuando se mojan regalan una sensación de humedad deseada en un ambiente que puede alcanzar incluso los 90 °C.
Pero más allá de las diferencias, lo que sí queda claro es que tanto la sauna como el baño turco son una garantía en cuanto a beneficios sobre la piel, el sistema linfático, la presión sanguínea, gracias a la vasodilatación, así como la eliminación de toxinas y grasas en excesos.
Hoy podemos aprovechar de los beneficios de la sauna también en nuestra casa, con costes relativamente accesibles. Pero, ¿cómo podemos elegir la sauna más adecuada para nuestras necesidades? El modelo tradicional es la sauna finlandesa, una cabina realizada completamente de madera con chorro de aire caliente y seco y temperaturas entre los 75° y 100 °C. Para calentar la sauna se utilizan estufas eléctricas o de leña, en las que se colocan piedras oscuras, pesadas o de grandes dimensiones, capaces de almacenar la mayor cantidad de energía térmica posible. Por lo general, la sauna tiene en su interior bancos de madera y un cubo donde se almacena el agua que se vierte en las piedras calientes con un cucharón, con el objetivo de producir vapor. Para que una sauna sea eficaz son necesarias dos o tres sesiones respectivamente de 5, 10 y 15 minutos. Al salir de la sauna es recomendable ducharse con agua a temperatura ambiente en una ducha con chorro delicado, de esta manera la temperatura corporal volverá a los niveles normales. Por otro lado, si nos tumbamos seguidamente exaltaremos los beneficios del tratamiento: relax y liberación de endorfinas, las hormonas del bienestar. Una alternativa a la sauna finlandesa son las saunas de rayos infrarrojos, también conocidas como cabinas de rayos infrarrojos. Las cabinas de rayos infrarrojos actúan de forma diferente con respecto a las saunas, ya que el calor seco es producido por un haz de rayos infrarrojos similares a los de la luz solar. Los rayos infrarrojos, invisibles al ojo humano, producen un calor que penetra en los tejidos hasta 4 cm de profundidad, aumentando la temperatura corporal y favoreciendo la sudoración. Para contrarrestar el aumento de la temperatura, el cuerpo reacciona aumentando el ritmo cardíaco y aportando un mayor flujo sanguíneo a través del corazón. Por consiguiente, el efecto pasivo de los rayos infrarrojos permite reforzar el sistema cardiovascular a las personas con dificultades de movimiento y que padecen de enfermedades como artritis, ciática y reumatismos. Con respecto a una sauna tradicional, una cabina de infrarrojos trabaja con temperaturas máximas alrededor de los 50-60 °C, por tanto, es más indicada para las personas con enfermedades cardiovasculares, para las cuales se desaconseja la sauna finlandesa. Como no genera humedad y es necesaria solo una conexión a una toma de corriente eléctrica, la cabina de rayos infrarrojos se puede colocar con facilidad en cualquier habitación.
Si queremos enriquecer la experiencia de la sauna con los principios de la medicina holística, podemos probar una sauna de hierbas, un tratamiento a temperaturas más bajas (50 °C) que aprovecha los beneficios de la aromaterapia. El agua se vierte en un conjunto de plantas medicinales colocado sobre una estufa de rayos infrarrojos. Las hierbas medicinales desprenden un vapor aromatizado y aceites esenciales útiles para la respiración. La sauna con aromaterapia es similar a la sauna de hierbas y en su interior tiene un accesorio colocado sobre las piedras de la estufa para difundir los aceites esenciales con el vapor producido. Y es que en ambientes como los de las saunas las esencias balsámicas son muy importantes, ya que pueden producir emociones placenteras, estimulantes o relajantes a través del olfato. Además, las esencias balsámicas como el pino y el eucalipto son muy útiles para mejorar la respiración, mientras la menta piperita o el romero tienen propiedades antisépticas. Como alternativa, se puede seleccionar una sauna con cromoterapia, equipada con lámparas integradas de varios colores que se pueden combinar en modo RVA.
Cada color tiene su longitud y frecuencia de onda, capaz de influir en el sistema límbico, creando equilibrio y armonía. Esta es la razón por la que los colores se usan desde la antigüedad para mejorar y mantener el bienestar físico y mental. ¡Lo mejor será elegir la sauna ideal en Archiproducts!
Tu historial de búsqueda Borrar
O prueba uno de los ejemplos a continuación